6/05/2010

Cartas desde Oxford Street


Londres: la ciudad donde todo el mundo es extranjero y se siente como en casa

La mayoría de los londinenses se despiertan a las seis de la mañana, una hora antes que el resto del mundo, pero Ossama lo hace a las seis de la tarde. Se da una ducha rápida, se perfumea con su nueva colonia de Calvin Klein, se viste, se ajusta su Rolex de oro blanco último modelo en su muñeca, se cubre con su abrigo largo negro de marca y cierra la puerta de su estudio. Tras un breve paseo se adentra en la estación de Earls Court, y toma la Picadilly Line, con destino el corazón de Londres: Picadilly Circus. Un Londres muy distinto al sucio y pobre descrito en los relatos de Dickens.

Sale del metro y camina por las escaleras mecánicas hasta llegar a la superficie e inmiscuirse en el bullicio nocturno de Picadilly. o lo que es lo mismo: Ryanair Square. Trabaja en uno de los clubs del centro londinense vendiendo entradas tickets a la gente que sale de fiesta. Suele costar entre 10 o 5 libras la entrada, dependiendo del día, lo lleno que esté, y por supuesto: las mujeres siempre pagan menos. La mayoría de los chicos que venden los tickets son inmigrantes: rumanos, árabes, africanos.... y les pagan por comisión. Lo que quiere decir que si venden una entrada para un club a diez libras, cinco de ellas son para su bolsillo. Dinero negro y fácil de ganar. “En una noche puedo llegar a hacer más de cien libras”, afirma Ossama. N o hay ningún contrato que regule su trabajo, sin embargo tiene los papeles en regla ¿Cómo es posible?

Sin duda la pregunta del millón. Algunos tienen visa de estudiante, ya que se han matriculado de algún curso en un Colegio o Universidad. Pero no es la opción más fácil, ni por supuesto la más económica. Estudiar un año en una universidad del Reino Unido puede costar entre 3.000 y 3.500 libras, para ciudadanos de la Unión Europea. El precio se multiplica por tres, llegando a la dolorosa cifra de las 8000-11000 libras, para aquellos que residen fuera de las fronteras.

En teoría los estudiantes extranjeros deben pasar duros controles de exigencia para ingresar en el país. Tienen que mostrar la cuenta bancaria de sus familias en las fronteras, y haber pagado todos sus estudios antes de llegar. Si por ejemplo van a estudiar once meses, han de traer demostrar que tienen 11.000 libras en el banco, o sino, de vuelta a casa, sin ni siquiera pisar el soñado suelo británico. No pueden trabajar más de 10 horas al mes, pero sin embargo la mayoría de ellos lo hacen todos los días, puesto que la libra está muy alta y el precio de los alquilares de pisos en Londres es desorbitado, alrededor de 100-200 libras por semana, en el mejor de los casos. Por desgracia para Ossama, el Gobierno de Brown ha impuesto mano dura con la nueva regulación de estudiantes internacionales y a los muchachos se les hace cada vez más difícil trabajar.

Paulo es un trabajador de una empresa londinense de limpieza, tiene 26 años y es brasileño. Se fue de su ciudad porque su pequeño negocio estaba en bancarrota. Entró en Londres con visa de turista que le caducó hace dos años, pero sigue trabajando. Limpia por las noches y duerme por el día, al igual que Ossama, su vida consiste en dormir y trabajar. No tiene tiempo para nada más. Los dos tienen un teléfono móvil de último modelo, y ganan el dinero suficiente para comer todos los días fuera e ir de compras por las caras tiendas de Oxford Street una vez por semana. Pero el ritmo del trabajo es tan duro que no tienen tiempo ni para disfrutarlo.

Les pregunto si están contentos y me responden que no. Ossama siempre dice “I am piss off at London” (estoy hasta las narices de Londres), y Paulo apunta que en su trabajo no es persona, sino un número más de una gran empresa de limpieza. Obviamente no tiene cuenta bancaria, ni contrato telefónico, y cualquier compra la paga en metálico. Vive con el miedo permanente de que en el momento menos pensado le pare la policía y le pregunte por su identificación. Tiene que ser el ciudadano perfecto para pasar desapercibido, porque si comete cualquier infracción le expulsan del país.

Pero en Londres ambos pueden hablar su lengua materna en con sus compañeros de trabajo, y saben a que bar acudir para beber la auténtica Cachaza brasileña o comer el exótico cuscús árabe.

En una ocasión Paulo me comentó algo que como española me llamó la atención: “Diariamente veo a negros en coches lujosos, en Brasil pensaría que están robando, pero en Londres el pan de cada día. Aquí cualquiera puede tener una vida de rico. Es como si en Londres no existieran las clases sociales”. Así fluyen las cosas en el epicentro de la isla británica. Donde todo el mundo es extranjero, y se siente como en casa.

Iara Mantiñán Bua

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